Sunday, October 19, 2003

El poder del silencio

CUARENTA Y CINCO ESCRITORIOS en filas frente al pizarrón mientras mi maestro de educación secundaria de gobierno, el Sr. Field, miraba fijamente a la atractiva pequeña Shirley Woo. Al tiempo que ella regresó a su asiento, él dijo, “¡Ah, cuando yo regrese en otra vida, me quiero casar con una oriental! ¡La encantadora Shirley Woo con una pequeña sonrisa en su dulce cara, dócil y obediente! ¿Debía yo de sentirme cumplimentada porque él quería a una de nosotras orientales? Yo lo odiaba tanto, pero en 1965 yo no tenía el vocabulario para describir ese abuso de poder. De vuelta a su plan de la lección, él preguntó, “¿Qué significa integración?” Yo rápidamente alcé mi mano y respondí, “Es lo contrario de segregación. Significa que los negros pueden vivir, trabajar, y jugar con los blancos.” El Sr. Field sonrió con aprobación. Yo continué, “Pero yo creo que la integración verdadera es más que éso. No es solamente permitir que los negros estén con los blancos, pero que los dos grupos tengan poder.” EL SR. FIELD respondió, “Tu ibas muy bién hasta que metiste la pata.” Su lengua mordáz punzó mi cara. Yo ardía de ira. Decidí que no podía confiar más en él y de ese momento en adelante, yo nunca hablé más en clase. Éste último ultraje me llevó al borde, más allá del punto de retorno, precipitándome a una pequeña guerra, donde no se dispararon tiros, ni se dejaron caer bombas. En ése momento rápidamente recordé la desobediencia civil, las manifestaciones de protesta, James Meredith y o Miss, y George Wallace en las noticas del reloj de los sesentas. Yo imaginé a mi mamá, quien en 1942 en su último año de educación secundaria fue forzada a ir a Manzanar*. Quizá sea por todos esos actos de prejuicio que yo había experimentado en mi vida hasta entonces, que yo sabía perfectamente que la única arma a mi disposición era rehusar participar en las ‘discusiones’ del Sr. Field. Cuando solicitó comentarios de sus estudiantes, yo permanecí en silencio con una mirada fría y sin expresión en mi cara.
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Al final del semestre, el distribuyó nuestras tarjetas de notas: Yo recibí una “A” por logro académico, y una “D” en ciudadanía. Yo me enorgullecí de recibir una “D” por mi desobediencia. Aún en ésta situación en donde yo sentí que no tenía poder, yo aprendí que si lo tuve. Mi silencio había hablado tan recio que él tuvo que escuchar.

*Manzanar fue uno de los muchos “campamentos de reubicación” durante la Segunda Guerra Mundial, que alojó a más de 110,000 japoneses americanos y a otros de herencia japonesa, habiéndoles suspendido todos sus derechos consitucionales. A pesar de que la gente de descendencia japonesa eran percibidos como una amenaza para América, es notable que ni una sola persona fue declarada culpable de sabotage o de ningún otro acto que pusiera a los Estados Unidos en peligro.

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