Saturday, October 04, 2003

Jóvenes

Saber decir que no

Fuente: Edufam

Para salir al paso, de esta u otras situaciones, no tendremos que ser unos expertos malabaristas sino, tan sólo, echar mano de todo el tacto que seamos capaces de desplegar.

Por lo general, las relaciones con los que nos rodean se encuentran cargadas de momentos en los que sólo el tacto y la prudencia consiguen salvarnos.

Mantener los buenos modales, no perder los estribos y aparentar la tranquilidad de un "oso" a la vez que rehusamos una proposición, no dependerá tanto de nuestra capacidad de disimular como de lo pacientes que seamos a la hora de esperar el momento apropiado para soltar nuestra "bomba".

Defender nuestro espacio

Y es que, conseguir que los demás respeten nuestra intimidad sin que por ello se sientan heridos requiere un poco de habilidad.

Todos tenemos alguna experiencia en este sentido: el amigo de toda la vida que nos invita a salir una tarde y a pesar de nuestra negativa inicial no deja de ponerse pesado con su insistencia, la vecina que no duda en presentarse ante nuestra puerta todas las tardes con la intención de hacer un “pequeño tour” por el salón para ver nuestras últimas adquisiciones y chismorrear un poco... En cada caso, la respuesta siempre es la misma: ¡No!.

Al igual que también se repite la actitud del que tenemos enfrente: insistencia. En estos momentos, parece como si la cortesía no fuese una razón con suficiente peso como para convencer al prójimo.

Quizá, una de las mejores formas de alcanzar nuestro objetivo sea esperar pacientemente que llegue el momento adecuado en el que nuestro interlocutor tenga cierta predisposición a escucharnos.

En cualquier caso, la elegancia es la que siempre sale vencedora por lo que tendremos que evitar a toda costa realizar comentarios inoportunos o que puedan molestar.

Más vale prevenir

Si conocemos de antemano que se nos realizará una proposición y ya tenemos decidido que la descartaremos: una boda a la que no deseamos ir, una comida incompatible con nuestro horario de trabajo... Convendrá preparar con cierta previsión una buena excusa creíble, más o menos probable y a poder ser cierta.

Mentir no es la solución, pues nadie creería que ese día en cuestión tenemos previsto comprarnos un coche cuando todo el mundo sabe que no tenemos carnet de conducir; como también sería muy improbable que nadie aceptase que nos ha tocado la lotería y salimos de viaje inmediatamente con dirección al Tíbet, donde tenemos intención de convertirnos en monjes budistas.

Una vez tomada la decisión, simplemente actuaremos con naturalidad, exponiendo los hechos que nos impiden acudir a la cita en cuestión y manteniendo el porte y la serenidad.

Nuestra imagen

Por otro lado, de igual modo que cuidamos nuestra imagen con el fin de agradar físicamente a los demás, también debemos velar por nuestro comportamiento.

Si deseamos que nos consideren unas personas encantadoras tendremos que mimar nuestros modales, procurando poner la máxima atención en nuestro porte y conducta y evitando los detalles chocantes o extraños que desentonen.

A todos nos gusta que se tenga buena opinión de nosotros. Precisamente por ello, tendremos que procurar suscitar a nuestro alrededor ese clima de serenidad gracias al cual todo el mundo está dispuesto a depositar en nosotros su confianza.

No es propio del discreto rechazar radicalmente. Si entre bromas es posible rehusar una invitación debe hacerse de tal forma que el sujeto pueda reírse de la observación sin sentir que están dañando sus sentimientos.

Decir ¡No! es fácil, lo difícil es encontrar ese equilibrio con el que todos se sienten cómodos, que no presiona a nadie y que carece de soberbia.

Aprender a ceder

En cualquier caso, es conveniente que aprendamos a discernir entre lo que significa defender nuestra libertad de elección, y ciertos "noes" más cercanos al empecinamiento que al derecho a la intimidad.

En ocasiones ceder, y sobre todo si lo hacemos ante un amigo, es mucho más elegante que cualquier excusa que podamos ofrecer.

Por mucho estilo que despleguemos y a pesar de que no se nos arrugue el traje, ni el entrecejo, al decir la consabida palabra debemos valorar si los sentimientos de nuestros amigos tienen, más o menos importancia, que un ratito enfrente del televisor o un fin de semana vagueando en casa.

La delicadeza y la comprensión son las mejores tarjetas de visita. Y esta impresión la causan aquellos que no sólo tienen en cuenta sus necesidades sino también las prioridades de los demás.

Todo es cuestión de generosidad y de saber tener presente a los que nos rodean sin ir de reivindicador por la vida.

Es pensar, en definitiva, en la conveniencia de los demás y estar dispuestos, ante todo, a enriquecernos con las opiniones ajenas, aunque no las compartamos.

Aprender a dialogar

No hay nada más práctico para poder defender nuestros criterios que poseer cierta capacidad para el diálogo. Aquel que consigue alcanzar este status no sólo se mantiene firme en sus convicciones sino que también es capaz de aceptar otros puntos de vista por muy dispares que sean.

A continuación ofrecemos varios consejos que pueden ser útiles a la hora de mantener una conversación:

1. Saber que las opiniones son cuestionables, por lo que deben ser analizadas como tal.

2. No discutir es una actitud muy práctica que nos evitará innumerables quebraderos de cabeza.

3. Evitar los prejuicios que no hacen más que distanciarnos de la realidad.

4. Mantenernos serenos ante cualquier situación. De este modo, podremos exponer nuestros criterios de una forma razonada y juiciosa.

5. Conseguir que los demás analicen también las cuestiones desde nuestro propio punto de vista.

6. Ceder la palabra.

7. Saber escuchar.

8. Aceptar otras opiniones.

9. Evitar encuadrar a nuestros interlocutores.

10. Expresarnos correctamente.





Saber decir "no" con discreción y elegancia es todo un arte. Un encanto indispensable a la hora de rehusar invitaciones, escapar de circunstancias engorrosas o, simplemente, de defender nuestra propia intimidad sin herir los sentimientos de quienes nos rodean.


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